«Un gran remedio para un gran mal» dice la gigantografía con el rostro de Cristina Fernández de Kirchner que encabeza la columna de La Cámpora que circula por avenida del Libertador hasta Plaza de Mayo. La peregrinación, en una impresionante demostración de poder de convocatoria, se extiende por más de 15 cuadras de largo. «¿Vos conoces otra organización que pueda armar esto?», se jacta una dirigenta de La Cámpora, mientras decenas de miles de personas empujan desde atrás, adelante y los costados porque quieren avanzar, saltar, detenerse, abrazarse y sacarse fotos. Los gorros, las remeras, las banderas y las canciones, todo, constituye un mensaje cifrado que está dirigido tanto a la interna del Frente de Todos como al Poder Judicial. La consigna oficial de la marcha es «Democracia sin mafias», pero por todos lados lo que se lee es otra cosa: «Rompamos con la proscripción, Cristina presidenta». La marcha de La Cámpora avanza como un alud y sintetiza, a 47 años del golpe genocida, que los bastones de ayer son los fallos de hoy.
Las primeras corrientes de militantes, familias y parejas sueltas empiezan a arribar a la entrada de la exESMA pasadas las 9 de la mañana. «Dale Claudia, tenemos 60 años, ¿cuántas caminatas más crees que vamos a poder hacer?», le dice a su mujer un hombre vestido de gym mientras se apura por llegar a Libertador y Besares, donde se están acomodando las primeras columnas. Al igual que cada 24 de marzo desde el 2017, la organización que conduce Máximo Kirchner se prepara para encarar los 14 km que separan la ESMA de Plaza de Mayo con el objetivo de revitalizar la militancia y, de paso, mostrar músculo interno.
Falta poco para arrancar y, a los gritos, el ministro bonaerense Andrés «Cuervo» Larroque intenta ordenar la cabecera mientras arriban los últimos dirigentes. «Esta es una movilización con consignas diversas, pero todas confluyen en que no podemos nunca más volver al pasado de la dictadura y al terrorismo de Estado. Pero entendiendo, fundamentalmente, que hoy hay factores de poder similares a los que inspiraron al golpe genocida. Porque es la cuestión económica la que tiñó siempre la confrontación política en la Argentina», explica a este diario quien fuera secretario general de La Cámpora durante 17 años hasta pasarle el mando, hace solo unos días, a la legisladora porteña Lucía Cámpora.
«Somos soldados del pingüino, llevamos la doctrina del General Perón», empiezan a cantar desde varias columnas, cada una de las cuales tiene su batucada, su frase alusiva a CFK y una gigantografía de Hebe de Bonafini. En la cabecera está toda la conducción de La Cámpora (y gran parte de la dirigencia cristinista): Axel Kicillof conversa con Wado De Pedro, Luana Volnovich se ríe de un chiste de Mayra Mendoza, Horacio Pietragalla saluda a quienes piden fotos del otro lado de la barrera, Cristina Álvarez Rodríguez se abraza con Paula Pennaca y Teresa García, Mariano Recalde se calza un gorrito negro mientras muchos empiezan a ponerse protector solar.
A las 10 la columna de La Cámpora se pone en movimiento y los cantos suben el volumen. El operativo de seguridad es muy estricto y por todos lados militantes y personas sueltas buscan meterse en la columna para sacarse una foto con les dirigentes. «Máximo una foto», gritan, desaforados, cada dos segundos. Compasivo –o agotado ya de los gritos–, Pietragalla los hace pasar a veces y los lleva hacia donde está el hijo de la vicepresidenta, que se fotografía con todes. «A los sectores concentrados los une un puente con la dictadura. Porque la mayoría de las corporaciones económicas, que son hoy el poder real, se vieron favorecidas por el golpe. Y ellos siempre van a buscar la estrategia para no poder perder su lugar de privilegio», sostiene, mientras tanto, el secretario de Derechos Humanos apunta contra la proscripción de CFK: «Cuando decimos que la democracia está en peligro no es solo por la proscripción de una dirigente como Cristina, sino que es porque el Poder Judicial está interviniendo sobre la única herramienta real que tienen los ciudadanos, que es el voto».
Minutos después, la columna pasa por debajo del túnel de Libertador, que está cubierto por una enorme bandera blanca que dice «Hasta la victoria Hebe», y las paredes se convierten en una inmensa caja de resonancia. «No me importa lo que digan, los gorilas de Clarín. Vamos juntos con Cristina, a liberar el país», vociferan y saltan dirigentes y militantes. A unos metros, Leopoldo Moreau, a quien operaron del corazón hace unos meses, es rodeado por dos militantes que quieren evitar que el pogo se le venga encima. El diputado nacional, muy cercano a CFK, sonríe sin embargo, y canta en voz baja.