El sacerdote Hugo Alaniz, que está radicado en Alepo desde el 2017, se refirió a los temores y a la incertidumbre que reinan en la segunda ciudad más importante del país. “Nadie se esperaba algo así, ni el gobierno sirio, ni los servicios de inteligencia”, aseguró
Tras la caída del régimen de Bashar al Assad, la Cancillería les pidió a los ciudadanos argentinos que eviten viajar a Siria y a los que se encuentran en ese país, salir a la mayor brevedad posible.
Las operaciones de los insurgentes comenzaron el 27 de noviembre y este domingo, tras tomar el control de Damasco, pusieron fin a más de 50 años de tiranía. La ofensiva relámpago, liderada por la facción islamista armada Hayat Tahrir al-Sham, se llevó a cabo en tan solo 8 días y antes de la capital se habían apoderado de otras ciudades importantes como Alepo, Hama y Homs.
En Alepo, desde 2017, se encuentra Hugo Alaniz, un sacerdote argentino del Instituto del Verbo Encarnado (IVE) que realiza labores misioneras y humanitarias en el mundo árabe desde hace casi 30 años. Pero más allá del pedido del gobierno, el cura fue contundente ante la pregunta de Infobae: “No me voy a ir, este es mi hogar y la gente nos necesita más que nunca”.
Alaniz habló por teléfono con el embajador argentino en Siria, Sebastián Zavalla, y le explicó los motivos de su decisión: “Con Sebastián somos amigos y nos entendió. Le recordé que somos misioneros y que es un momento muy delicado para abandonar a toda a esta gente. Nuestra misión es dar testimonio con la vida”. Esa decisión, tomada en el corazón de una ciudad que aún no cicatriza las heridas de la guerra más cruenta de su historia reciente, resume el espíritu que lo mantiene firme: una fe inquebrantable y un compromiso profundo con los más vulnerables.
“Nadie se esperaba algo así, ni el gobierno sirio, ni los servicios de inteligencia. Lo hicieron muy bien, aprobaron en todo. Fue impresionante la logística que tuvieron y la rapidez con que se movieron. En 8 días, con apoyo tecnológico, económico y armas, ya tenían un país tomado”, se sorprendió el sacerdote. “Ahora, los islamistas están en todas partes. Hay momentos en los que parece más tranquilo, pero no sabemos qué nos depara el futuro”, afirmó.
“En tres días, los rebeldes pudieron tomar una ciudad de 2,2 millones de habitantes y es una cosa muy rara. Veníamos de varios años de calma tras lo sucedido en 2011″, recordó en alusión a lo que comenzó como demandas pacíficas de reformas políticas y mayores libertades y terminó en una escalada de violencia cuando el gobierno de Bashar al-Ásad respondió con represión.
A pesar de que actualmente la luz eléctrica es un lujo, el agua una incertidumbre diaria y el precio de los alimentos se encareció al cuádruple; Alaniz aclaró que en el Obispado Latino, donde él se encuentra, cuentan con todos esos servicios y no les falta comida.
Ubicado en la parte oeste de la ciudad y cerca del polo universitario, sus colaboradores convirtieron el sótano de la iglesia Nuestra Señora de la Anunciación en un refugio improvisado para 250 personas. Allí albergan a familias, jóvenes, ancianos y niños que llegaron escapando de las bombas y los misiles.
El sábado pasado, el cura junto al Monseñor Hanna Jalouf, obispo de los católicos latinos en Siria, decidieron actuar de inmediato y salieron al amanecer con la esperanza de encontrar un canal de comunicación con las nuevas autoridades. “En el camino vimos los cuerpos de soldados acribillados”, narró el sacerdote. “Los habían dejado a propósito, como advertencia”, agregó.
A pesar de la incertidumbre, encuentran esperanza y solidaridad, incluso en tiempos de crisis.
Si bien no lograron encontrar al líder rebelde, dejaron mensajes en varios puntos estratégicos. Finalmente, el contacto llegó de manera inesperada: un conocido de Monseñor, ahora figura clave entre los rebeldes, visitó el obispado. “Tranquilos, no venimos por los cristianos”, les aseguró mientras el temor de represalias aún sigue latente.
“A pesar de los enfrentamientos, salimos al exterior para repartir alimentos y medicinas. Es una rutina peligrosa. Había viejitos que estaban sin comer desde hacía 5 días. Tenemos que devolverles un poco de dignidad”, describió Alaniz.
A 9 días de la caída de Alepo, el sacerdote argentino asegura que la ciudad se va normalizando de a poco. “Hay bastantes comercios abiertos, pero todo cuesta tres o cuatro veces más”, relató mientras recordaba que “el 93% de la población está bajo el nivel de pobreza, según la ONU, y el 70% de ellos en la indigencia”.
Incluso, comentó que “hubo encuentros formales con las nuevas autoridades de Alepo y los líderes de las iglesias católicas, ortodoxas y evangélicas”. Eso, en cierto modo, trajo cierta tranquilidad a los religiosos. Sin embargo, Alainz es consciente de que muchas de las cosas que dicen los rebeldes “son para dar una buena imagen para después imponer las reglas de ellos, las reglas islámicas”.
“Todos sabemos que los gobiernos en cualquier parte del mundo no dependen solamente de los que están en el poder, sino que también dependen de los intereses de los países más poderosos”, enfatizó al poner como ejemplo que en las calles “ya comenzó a circular el dólar y la moneda turca”. Para el cura, la implicación de países como Irán, Rusia y Estados Unidos, cada uno con sus propios intereses, “añaden complejidad a una guerra que ya es devastadora”.
Actualmente, hay más de 500 muertos abandonados por las calles de Alepo y en los pueblos que lo rodean, y más de 50.000 personas ya se desplazaron para pedir refugio a otros países. Alainz remarcó que el pueblo sirio viene muy golpeado: “No sólo la guerra causó destrucción e inmensa pobreza debido a sanciones impuestas por la comunidad internacional, sino también los dramas del COVID-19 y el terremoto de 2023″.
Con miras a la Navidad, el sacerdote se preocupó por transmitir un mensaje de paz y esperanza: “Ojalá que esto sea el inicio del fin, más que el inicio de otras batallas. Nuestro anhelo es que todo esto pase rápido y que todo el mundo rece por nosotros”.